Con unos ojos color chocolate negro, la mirada perdida y el silencio entonando su más ruidosa melodía. Los labios cortados, las medias rotas y las pestañas negro azabache.
Como una fugitiva dejando rastro con su perfume inconfundible para que la buscaran y no dejarse nunca cazar.
La suave brisa de la noche le acariciaba el pelo, que se movía como una cortina cuando abres la ventana una mañana soleada de invierno.
Las preocupaciones y las dudas olvidadas en el fondo del vaso del último chupito.
Luciendo una sonrisa del sabor de las fresas con azúcar y un oyelo asomando en su mejilla izquierda.
Miserable, psicótica, asesina.
Y la ciudad, testigo de las de olvido, de los poetas en los tejados, de la desesperación de la luna por encontrarse con el sol y los besos en el portal, no había visto jamás nada tan bonito como ella.