Noto de qué forma me queman la lengua, así como los cientos de miles de cuchillos arañándome la garganta.
Manos que me rompen hasta las entrañas y me hacen añicos como si de una figura de porcelana me tratase.
Las noto mezclándose, pasando desapercibidas y sin hacer ruido, como la oscuridad en la noche; tratando de llegar a los ojos para que ellos digan lo que yo me obligo a callar.
Se pasean por la tráquea, recorren mi esófago imitando el tóxico humo de un cigarrillo.
Noto su canción, con la que despiertan las mariposas de mi estómago, y también mis náuseas. Y me transportan a un Domingo de resaca después de una noche de tequila de garrafón.
Me persiguen cual remordimiento o frase mal jurada.
Cruzando cables, volviéndome loca.
Quieren salir y yo me sigo negando. Duelen y me quejo en silencio, rabio de dolor; y aún así me encargo de tapar cualquier fisura por la que puedan escapar y perderse en el viento. Duelen, pero el dolor es soportable o quizá no. ¡Qué más da! - pienso.
Las noto como un escalofrío que me eriza la piel y me hace tiritar. Y no tirito de dolor. Tirito palabras que no diré. Por cobarde o por querer ser demasiado fuerte, otra vez.